viernes, 18 de noviembre de 2011

EL CANILLITA

 Alguien debió decirlo: “solo eres poderoso si otros hombres te toman por superior”

La camioneta negra vuelve a aparecer. Se detiene a un costado de la calle transitable de Leguía. De ella baja un hombre alto y robusto, de ropa oscura. Del edificio de enfrente, de dos pisos, en cuya fachada con letras doradas lleva el nombre del medio de comunicación: “TURBO MIX”, emerge el hombre cuya tibia despedida hacia tres minutos rezó de forma equivoca: “Muy buenas tardes Cajamarca, Marco Bonifacio, el hombre más odiado de Cajamarca les dice adiós, todo lo que me deseen, Dios les pueda multiplicar”. En ese momento de la despedida, en el restaurant, la gente había vuelto definitivamente la mirada hacia sus platos, todos estaban prendidos del pequeño televisor suspendido en la pared, y solo la mesera era la que hacía caso omiso de lo que se trasmitía.
El hombre de estatura mediana, de cuerpo ancho, cara morena y de facciones toscas, con el pelo negro un poco largo que le cae sobre la frente y pondera su nariz aguileña, cruza la pista escoltado por otros tres hombres vestidos de ropa opaca, semejante al hombre de la camioneta. Antes de que yo diga algo al “hombre más odiado de Cajamarca”, uno de sus protectores, el más alto y robusto, me detiene: “Se encuentra todavía mal, otro día mejor, todavía está reponiéndose”. Yo trato, otra vez, de explicar el asunto que me convoca, pero aquel a quien he venido a entrevistar, se apresura a entrar en la camioneta haciendo un gesto indiferente y a la vez de incomodidad. Todos los hombres, de pronto, en un abrir y cerrar de ojos se encuentran dentro de la camioneta, la cual arranca nerviosa y se pierde al final de la inclinada vía de Leguía por efecto de una bifurcación de calles.
Cruzo al otro lado de la calle, atento a la ocasión de ver salir gente por la misma puerta por la que salió aquel de aspecto pálido, al que le llaman “defensor del pueblo”.
-Disculpen, ¿El señor Marco Bonifacio?
“Ya se fue, ahorita acaba de irse”, solo contesta el tipo que se coloca tras la hoja de la puerta, con una niña entre sus manos que apenas parece empezar a caminar; los otros, todavía muchachos, quienes me observaron  con desconfianza al principio, se alejan mirándome sin interés. Pregunto por su número telefónico, no hay esperanzas. “Es privado amigo, tiene muchos riesgos, recibe muchas amenazas”.
-¿Cómo lo puedo ubicar?
El hombre al parecer no halla amenaza en mi persona; tras examinarme con una mirada rápida, pero escrupulosa, me dice con voz tranquila: “venga a las ocho, a esa hora empieza su programa  El Patíbulo”. Escuchar el nombre del programa nocturno me hace recordar el chisme del populacho: “El Canillita antes era otro señor, hace tiempo, y dicen que ahora está por otro sitio, a ese señor lo violaron, y fue amenazado de muerte, también dicen que por allá está haciendo un programa como aquí hacía; es que meterse con la mina es fregau, por eso se fue”.
Hay muchas especulaciones sobre esto. El canillita al final de cuentas no es una persona, es solo el nombre de un programa, antaño solo radial, y ahora también televisivo. No me queda nada más. Doy media vuelta recordado cómo había buscado información desde la mañana, buscando datos  extras, algo pequeño que me llevara a algo grande. Y también aparece en mi memoria la cara de la mesera del restaurant.
Es muy temprano. Apenas se abre la oficina de atención al público y yo me hallaba frente a una señorita que, ni bien me oye pronunciar el nombre “Willy”, nombre del dueño del medio, y me dice esta en reunión, muy ocupado joven, no lo va atender.  Necesito saber cómo se inició este programa de El Canillita, por eso he venido muy temprano, cuántas personas pasaron por él, qué fue de ellos, y en especial, toda la información sobre éste último, que según sé es chinchano, eso le gusta decir por el programa: “con mucho orgullo señores”, luego añade: “pero me siento cajamarquino, y saco la cara por toda mi gente”.
Insisto en quedarme, y es cuando de pronto el propio señor Willy, más conocido como “fantasmita”, aparece en la oficina, la señorita me hace eco: “Señor, aquí el joven le busca, quiere información”. No dice nada, de tras de la mesa de oficina la señorita entiende el gesto mudo que hace aquel: Caminar en silencio hacia el ángulo del recinto donde curvado teclea sin ganas y simula mirar la pantalla de la computadora. En voz baja, como rogándome, la señorita me dice: “está ocupado joven, no pude atenderle”. Me pongo de pie, señor Willy, puede atenderme un momento, es sobre el programa El Canillita. Aquel hombre de cabellos crespos y cara redonda, me mira, se despega de la computadora, viene hacia mí, me da la mano, y dice no tengo ningún tipo de información, nada que informar, y finalmente se retira. Salgo de allí pensando qué más puedo hacer.
Frente a la casa del señor Eleuterio Chávez, en la calle Contamana, atiborrado de puestos comerciales, se hallan los negocios de fruta, verduras, cebollas, menestras, Etc. La dueña del puestito de verduras, ensaladas y lo que ella llama especierías a todos los tipos de condimentos molidos y ajís, opina: “El señor canillita habla lo justo, habla lo que es”. Es gracias a esta mujer que llego a la vivienda del señor Eleuterio, donde antes radicaba Turbo Mix, y la que me informa que el “fantasmita” es yerno de tal señor.
“Ocupaba el  segundo y tercer piso”, me dice luego este señor refiriéndose a la empresa de difusión de su yerno. Al principio, cuando pregunté por él, se mostró esquivo, tras un estante vidriado pareció esconderse haciéndose de arreglar: “No sé, cuatro años creo estuvo aquí, no me acuerdo, no tengo idea”. La tienda es variada, hay peluches al fondo, a un costado artículos domésticos, y en los estantes, golosinas, galletas, etc. A pesar de la compra de un beso de moza, el señor no quiere decir más: “Todo eso tiene que preguntarle a él personalmente, él es el único que le puede decir las cosas”. No hay remedio, al menos me dijo algo: “El local que ahora ocupa oficialmente, lo compró hacía dos años más o menos”. Sobre esta compra la gente diría lo compró gracias a su labor y dedicación, gota a gota; otros quizá, como Lalo Valera, dirían es gracias al programa El Canillita, que no deja en paz a las autoridades y a la minería, y si los deja en paz, es a cambio de auspicios, de publicidad, etc.
De lo que verdaderamente estoy convencido es que la gente los quiere -al canillita o señor Bonifacio, enormemente, y de forma disimulada, al fantasmita- en todo el mercado, de forma distinta, pero segura; todos se expresan bien de ambos, aunque el interés de la investigación en este momento recaiga solo en el primero. A cualquier vendedor que se pregunte por  el Canillita, sobre la concepción que tiene de él, responde de forma positiva. Por los puestos de carnes, parte baja de Contamana: “Es bueno, brinda ayuda, hace caridad a través del canal o la radio cuando alguien pasa por una necesidad. Fíjese la otra vez ayudó a un joven que se accidentó”.  Por Jequetepeque y Equique, los negociantes de fruta afirman de forma fervorosa: “Es un defensor de los pobres”, “es el mejor periodista”, “reclama su derecho, y hace acciones sociales”. Incluso María Angélica Rodríguez, una anciana vendedora de papa quien me dio su nombre sin que yo se lo haya pedido, afirmó tajante: “el canillita es una persona honrada y honesta”.
Para aquella última opinión ya es medio día, recuerdo la hora de inicio del programa El Canillita. Cuando llego al canal o medio, solo veo la camioneta negra estacionada enfrente, a orillas de la calle, mientras el edifico esconde tras su puerta al conductor del programa y a sus guarda espaldas. No me acerco porque su programa está a punto de comenzar, no me daría ni un minuto de tiempo, además, en mi memoria aparece la cara redonda coronada de cabellos enrulados del fantasmita, es seguro que le pondría sobre aviso. Solo me queda esperar.
Camino entre los puestos del mercado y busco el restaurant más digno, pero mientras camino escucho encenderse en bulliciosa sintonía el programa El Canillita. “El programa más polémico de la televisión cajamarquina”, se oye en la radio. Luego, sentado en una mesa del restaurant, donde concurren en su mayoría comerciantes, pongo atención por una hora al programa de El Canillita, al igual que los demás comensales. El hombre chinchano aparece enfocado en plano medio, con el micrófono cruzándole por el mentón, se excusa de estar un poco mareado por los sueros, comentario que entre la gente del restaurant tiene una trascendencia profundada, todos dicen algo. “Ha tenido un pre infarto, por esos los días pasados no ha hecho su programa”, escucho. 
Ciertamente el tipo llama la atención, tiene muchas llamadas en directo, y el tema es algo que ha tenido un impacto social en todo el país: “El proyecto minero de Conga”. El programa es de opinión, opinión de la gente, poca información, y críticas hacia la minería. “Halo buenas tardes  madre, diga su opinión”, sabe motivar. “Primero que nada, felicitarle por su programa y su valentía, a la minera hay que votarle, un día hay que  subir con los ronderos a Yanacocha y votarlos”. Así trascurre el programa y apenas hace la despedida y el saludo a sus seguidores radio televidentes, y yo corro hacia el edifico alto de dos pisos.  
Pero llego sin fortuna. Marco Bonifacio no me da oportunidad, y su guarda espaldas, no me permiten ni acercarme. Escapan en la camioneta negra. Me acerco a los hombres que han salido a la puerta. Hago preguntas, recibo respuestas y recuerdo la cara de la mesera del restaurant.
Menos de un minuto despues, la mesera en el restaurant me recibe burlona: “Haber joven, qué le dijo”. Solo muevo la cabeza, recibo el vuelto que quedó pendiente, y al mirar la televisión observo la tanda publicitaria sobre la municipalidad, la misma que se emitía con terquedad durante los cortes comerciales de su programa; recuerdo también algunas fuentes de información, uno de ellos un auspiciador suyo, también recuerdo  a Lalo Valera, dueño y conductor del canal Mega Visión, y sobre su programa donde mostraba facturas y boletas sobre el tema de publicidad y auspicios que captaba el programa de la competencia, de  Marco Bonifacio. Me pone contento recordar que poseo el número de celular del Señor Valera, y la entrevista que en pocos días tendré con él. Me voy tranquilo, sabiendo por otro lado, que la entrevista con Marco Bonifacio solo se ha postergado.   
Por: quiroz Salazar Hernando

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